domingo, 11 de enero de 2015

Vida de pantano

    Nunca había sido el sitio más común para un encuentro de este tipo. De hecho, para ningún tipo de encuentro que no involucrara al reino animal o vegetal. Sin embargo, allí estaban ellos dos, subidos en una canoa pequeña que flotaba a la deriva. Estaban tomados de las manos, con suavidad, y miraban a los ojos del otro como si no hubiera más en el mundo sino ellos. Era el amor, sin duda. Y también el tiempo, que siempre marcha hacia adelante, sin pensar en nadie.

Así estuvieron mucho tiempo, pensando en mil formas de expresar en palabras lo que sentían pero siendo incapaces de hacer algo más que sostener las manos del otro y mirar dentro de sus ojos, que parecían tener un lenguaje más fluido que el de su mente, que parecía estar adormilada o simplemente muy respetuosa del acontecimiento.

Aquí y allá había destellos de vida, en el inmenso pantano que hoy cubría un área enorme. Era un lugar tan grande, que muchas personas, la mayoría de hecho, se abstenía de entrar allí. No querían entrar en contacto con las peligrosas criaturas que residían en las aguas turbias de la enorme ciénaga y la verdad era que de allí poco se podía sacar para consumir. Peces había en otros lados, más grandes y de mejor sabor, y la madera húmeda de esos incipientes bosques no era la mejor para construir lo que necesitaban.

Sin embargo, había gente que entraba a propósito, como la pareja que ahora se encontraba plenamente a la luz del día pero eso no les importaba. Habían dejado de ocultarse, de escapar de todo, habían dejado de olvidar, algo que era casi un deporte en sus comunidades. No, ellos estaban felices de poderse mirar a la cara bajo la luz del sol. Y cuando ocurrió allí, pareció darles el impulso para inclinarse hacia delante y darse un beso suave, como si temieran que hacer algo más pudiera romper el momento.

Cerca de allí no había más nadie, a menos que se contara como presencia humana la de asesinos de sangre fría que estaban, con mucho cuidado, lanzando cuerpo al agua. Les abrían el estomago y los lanzaba allí al agua. Si no se los comían los caimanes de la zona, el agua turbia ayudaría a ocultar los cuerpos lo suficiente. Los asesinos no eran de los pueblos cercanos sino de lugares más lejanos pero venían hasta allí porque parecía ser el lugar ideal para muchas cosas, entre esas para deshacerse de cadáveres.

Pero de eso nunca se enteró la pareja que ahora se habían acostado en la canoa, uno al lado del otro, y se hablaban suavemente. No comentaban nada relacionado con sus familias ni con los problemas que tenía cada pueblo. Solo recordaban el pasado o planeaban el futuro. No les importaba si lo que hablaban se realizaba alguna vez, era lo de menos. Les hacía bien, después de tanto tiempo, poder tomarse de las manos y apreciar su mundo privado mientras imaginaban como sería vivir juntos o recordando esa memorable ocasión en la que un caimán pareció escuchar toda una de sus discusiones.

Siendo una pareja común y corriente, porque ellos eran no eran especiales de ninguna manera y eso lo sabían, no era extraño que de vez en cuando discutieran. Eso sí, si alguien escuchara todas las discusiones, tendría que ser alguien muy comprensivo ya que se veían cada tanto tiempo que siempre discutían por cosas que habían pasado hace mucho, cosas que ya no tenían la menor importancia. Pero era como si eso los hiciera sentir vivos y lo preferían así.

En sus hogares, su familias los buscaban pero, como siempre, por las razones incorrectas. Uno pensaría que estarían profundamente preocupados por su bienestar físico, habiendo sido tal vez asesinados o habiendo cometido un doloroso suicidio.
Pero no. Sus familias solo los querían en frente para reprenderlos, para reforzar en ellos sus costumbres, tradiciones y reglas que ya hacía décadas eran obsoletas. Era como si su trabajo no fuera procurar la felicidad de sus hijos sino la de presionarlos y controlar cada uno de sus movimientos.

En cierta medida y por una gran fracción de la vida de los chicos, tanto de uno como de la otra, los padres habían controlado todo. Ambos habían sido tratados como realeza, cosa que estaban muy lejos de ser. Esto no era Romeo y Julieta, por muchos parecidos que los vecinos trazaran entre esos y estos. Las dos familias no se odiaban, más bien se ignoraban mutuamente ya que eran ambas de gente pobre. En este caso no había grandes palacios ni la más bella ropa de la región. Eran casuchas tristes y harapos francamente horribles. Viviendas en la mitad de tierreros dejados a un lado por dioses y hombres, nada por lo que nadie pensaría batirse a duelo.

Y sin embargo, tanto la familia del chico como la de la chica, creían por alguna razón que eran de alta alcurnia o que merecían más de lo que recibían. Algo que tenían en común era que ninguna de las dos familias cedía un solo centímetro ante las generaciones más jóvenes: la abuela callaba a la madre, la madre a la hija y la hija a sus hermanas menores. Y estas últimas aprendían con celeridad esta tradición familiar.

Los hombres solían ser menos inteligentes y más salvajes. Esto no era algo que afectara a dichas familias sino al conjunto del genero masculino que vivía en los alrededores del pantano. Eran tercos, torpes e irremediablemente cortos de cerebro. No era una sorpresa que fueran sociedades matriarcales, donde la mujer del hogar se imponía sobre los demás y no había quien le respondiera o se negara a sus órdenes.
No por nada el crimen más grave que alguien podía cometer en esas comunidades era el asesinato de una mujer o, lo que era peor, su violación. Esos crímenes tenían como resultado un antiguo ritual, casi tribal, en el que el perpetrador era sacrificado al pantano de la manera más horrible posible.

Y así, en una sociedad brutal e implacable, existían dos personas que simplemente se amaban. No era algo que hubieses sucedido de la noche a la mañana sino durante un tiempo, durante el cual él fue al pueblo de ella para comerciar algunos animales con su padre. Desde que vieron hubo un interés pero no hablaron en los primeros meses. Lo máximo era mirarse fijamente y sonreír, muy parecido a lo que hacían allí en el pantano.

Ya cuando se conocían más, de vista, se habían hablado pero siempre de tonterías relacionadas con el mercado o algo por el estilo. Era el tipo de conversación insulsa que siempre tenía la gente pero servía para romper el hielo. Eso sí, las incipientes conversaciones eran siempre interrumpidas por algún miembro de la familia, casi siempre una mujer, que gritaba algo que nadie nunca entendía y la halaba a ella a su casa y a él hacia el carro en el que traían los animales.

Pero con el tiempo encontraron la forma para verse a escondidas, por apenas algunos minutos, para darse regalos. Hubo un alto intercambio de cartas y fue así que se enamoraron. No hubo besos ni abrazos ni tacto de ningún tipo. Tampoco se habían conocido sus costumbres ni gustos. El amor había nacido únicamente porque cada uno había reconocido en el otro algo que no había en los demás y era un interés en algo diferente a los asuntos de siempre para la gente del pantano.

Carta vino y carta fue y así creció el amor hasta que las familias se enteraron y entonces siempre había alguien junto a ellos, listo para prevenir un encuentro de la pareja. No hubo más cartas sino apenas un cruce de miradas en días afortunados. Así fue durante un tiempo hasta que, por un descuido de uno de los cuidadores, ella pudo pasarle a él una carta que lo invitaba a escaparse, a través del pantano. Él aceptó y ahora estaban los dos en aquella canoa, flotando a la deriva.

Ya no hablaban de nada, solo se sostenían de la mano y miraban el cielo, las formas de las nubes y, cada uno por su lado, imaginaba una vida que jamás tendrían.

La verdad, la que ellos no sabían, era que ambos eran tan simples como todos los demás. Estaban tan contaminados con las costumbres y las tradiciones de sus familias, que no había manera de vivir una vida independiente de ellos. Además, el amor que decían sentir no era real, era apenas un cariño que había crecido al ver la posibilidad de una vida distinta, fuera de sus casas.

Más tarde ese día, se arrepintieron de su escape y volvieron a sus casas. Solo se volvieron a ver una vez, en la que se miraron pero ya no reconocían al otro, ya no era importante. Tan solo les quedaba el recuerdo del pantano, el lugar donde podrían haber sido pero simplemente no fueron.

sábado, 10 de enero de 2015

Scorpius

   The office was located in a very tall building somewhere in the middle of a big city. Two walls were made of glass and many parts of the city could be seen from it. Inside the room there was only a large table, capable of seating a dozen people. When the door opened, late at night, each seat was rapidly occupied by a person. Each one was identified by a small tag in front of them, on the table, with their name and position written on it. They waited a while until a woman in black came in and sat down in one corner: in front of her, she had a small table with a laptop, a remote control and the light switch.

When everyone stopped talking or arranging their belongings, the woman turned off the lights and turned on a projector with the help of the remote. The machine started making noises until it formed an image on one of the walls. Only one of the twelve scientists reunited there had to move in order to appreciate the image: a simple shot of space done by an orbiting observatory, highlighting a specific star, which bore the name Scorpius II written in read, just below the circle highlighting the star.

 The scientist that had moved to see the image stood up and looked closely to the image. The light flickered a bit but the man didn’t stop watching. It was as if the image, the name, the information clustered in one single slide was just too much not to take a moment to process it and, even, to accept it as it was.

As you know, the probe known as New Horizons has detected a signal coming from space. The transmission was sent back to Earth from the Oort cloud, where the probe now is. The source signal was also detected on Earth, days after. After some days of evaluation, we can assure the signal came from there…

He pointed to the name “Scorpius II”, glowing in the darkness of the room. The scientists didn’t say a word. Most of them had some idea of the announcement and those who didn’t, highly suspected the reasons why they were summoned to a secret office that had only be used once in the past, some ten years ago.

Any idea what the message says?
We should get there later but what I can say now it’s that the message is only half of the story we have come here to discuss.

He nodded to the woman seating in the corner, just as she pointed the remote once more to the projector. The image changed instantly, to another picture of space, this time portraying something like a stain against the black of empty space. The picture also bore the name “Scorpius II” but the magnitude of approach was highly augmented in this one. It was apparently a portrait of the vicinity of a star located far away.

This second picture, which is currently being processed to get a much better resolution, shows something rather alarming, specially considering the message we just showed you.

The various eyes in the room tried to analyze the picture rapidly but the scientist standing up gave answers to their questions faster that they could ask them.

It shows that Scorpius II has gone supernova. The star, previously analyzed, just exploded and probably affected all the system it illuminated. The various projects profiling worlds capable of sustaining life had found a super Earth orbiting Scorpius II. We don’t really know if there was something in there but we are sure it was destroyed due to the massive explosion.

The man then sat down. The woman in the corner stopped typing and turned off the projector and turned on the lights of the room. The scientists looked more confused that overwhelmed, which should have been the ideal state of mind, at least for the one leading the conversation.

Finally, someone else spoke. A young woman:

What I guess you are suggesting is that message somehow has to do with the supernova forming in Scorpius.
That’s correct.

Another scientist, a tall black man, looked confused:

Has there been any further analysis of the situation in Scorpius?
Yes. According to previous reports of the system, we can be sure that Scorpius wasn’t ready to become a supernova. It hadn’t reached that degree of maturity. It was a rather young star.

Now this had the effect he wanted on his audience. Every single person had their eyes widely opened and had suddenly chosen a better way to seat, as if their current position had not been the ideal one to receive such news.

Do you know or not what the message is about?

This was asked by a skinny and very white man, he could practically be called “albino”. He had turned slightly pink because of the recent news and because he really wanted an answer to his question.

We think we do.
What’s that suppose to mean? Do you or don’t you know?

The presiding scientist stood up again and started to pace. After a couple of rounds along the wall, he started talking.

The meaning of the message was what took longer to decipher. Actually, I was handled the last report on it as I entered the building. I read it on the lobby and, to be honest, it made me feel kind of sick.

Now everyone was truly worried. The sun was shining brightly outside and even birds could be heard. It was very strange that the world went on as usual as a small group of people talked about something as significant as what they were discussing.

We believe, and there’s no real way to be sure, that the message is a warning of some kind. We have to be mindful that the message was sent thousands of years ago, due to the distance of Scorpius. We know, because of the analysis, that the signal was actually given more power. If got to us faster than it should. Maybe it wasn’t sent thousands of years ago but hundreds and that makes a difference.

A very tanned and old man coughed before standing up and staring down at the city. Everyone saw him to this and there was a reason why: he was the oldest scientist invited and was still one of the most important astrophysicists in the world. His genius was renowned and, when his pupils saw him worry, it meant something was really hard to solve or was something to be really scared about.

It didn’t happen often, but there he was, with a very stern face, looking at the park below.

Have you sent the information to various agencies? – He asked.
Yes. At least one group in each continent has seen it. We have kept it secret too. We believe it’s dangerous to inform it to the politicians, at least for the time being.
Scorpius… What does the message say?

The leading scientist in the room sighed. Suddenly his face looked fifty years older, as if time had just realized he existed and had caught up with him.

It’s a warning about something or someone. We have concluded someone other than the inhabitants of the Scorpius planet are responsible for the implosion of the star and that they knew it. They sent the signal preventing others from the unknown danger. The signal is still travelling, though they’re all probably dead.

Now everyone seemed even more worried. What made them uneasy was the fact they weren’t able to do something to prevent or act against what had happened in Scorpius. For all they knew, whatever happened there could happen to the Sun any day.

We are waiting for another report on the event, including more information about the signal, the planet that had been detecting near Scorpius II, the star and whatever else New Horizons and James Webb can provide. When we have it, we will inform the IAU of everything and it will be them who inform everyone else.

When he stopped talking, everyone moved in their seats. But not because of what he had said, but because the sunlight had suddenly being blocked. They got scared for a moment but realized the city was in full celebration because of its birthday, and many large hot air balloons were doing rounds all over town. Sunlight came back and the scientist left, worried all the same.

Somewhere deep in space, the remnants of Scorpius floated slowly, forever denying the existence of life in that corner of the universe.

viernes, 9 de enero de 2015

Calamar

   Fred, el calamar, era el animal más popular del acuario. Antes de su nacimiento, la gente venía a ver los grandes tiburones blancos o los graciosos pingüinos, pero rápidamente se convirtió en el centro de atención. Esto a causa de dos factores principales: Fred era sujeto de pruebas bastante seguido y había comprado como los calamares, como los pulpos, poseían memoria y la habilidad de manejar objetos. Lo segundo, era más interesante.

Adelaida, quien recibía el apodo de Laila de muchos de sus amigos, era una de las encargadas de alimentar a los animales, incluso a los tiburones. En ese tanque no se sumergían, por obvias razones, pero en todos los demás buceaban para alimentar de la mano a las grandes cantidades de animales que vivían en los varios ambientes marinos que había en existencia.

Uno de los muchos tanques era el hogar de pulpos, calamares y varios tipos de peces que los acompañaban. Para sorpresa de muchos, los calamares no eran tan tímidos como los pulpos pero tampoco se acercaban mucho a los seres humanos, a menos que fuera para dispararles tinta. Eso fue hasta que apareció Fred, que desde su nacimiento pareció mostrar cierto interés por los seres de dos pies.

El pequeño animal no solo se acercaba a los buceadores que en ese momento estuvieran en el tanque, que no era muy grande que digamos, sino que también solía mantenerse cerca del vidrio del tanque, tratando de observar a quienes lo veían desde afuera. Esto le encantaba a la gente ya que sentían que el pequeño Fred, bautizado a través de una encuesta por internet, era el más inteligente de los muchos seres que habitaban el acuario.

Siendo un calamar, Fred no podía en verdad verlos. Su ojo no estaba adaptado para ello. Pero sin embargo hacía lo que hacía y todos lo querían por ello. Laila lo adoraba y siempre dejaba su cuidado para lo último, cuando podía tomarse algo más de tiempo para jugar con el cefalópodo. La joven hubiera jurado que si Fred fuera un ser humano, sería amante de las bromas y del juego. Siempre nadaban el uno tras el otro hasta que llegaba la hora en la que Adelaida debía cambiar de tarea.

Fred creció hasta ser del tamaño de un niño humano pequeño, sin contar sus tentáculos más largos que se arrastraban con elegancia detrás de él. En el tiempo que demoró en crecer hasta su máxima expresión, Fred se fue convirtiendo en la estrella del acuario. La gente hacía donaciones gracias a los videos que había de él en internet, casi siempre jugando con Laila. La gente lo adoraba y le parecía extremadamente interesante ver un ser diferente a los de siempre ser la estrella del show.

Y, de hecho, cuando fue más grande, Fred sí que se convirtió en el centro de atención. Dada su popularidad, la directiva del acuario construyó un nuevo tanque, igual de grande al de Fred y los demás calamares, pero este solo para un propósito especial: que el calamar tuviera su propio espectáculo y sería nadie más ni nadie menos que Laila la persona que lo acompañaría.

Mientras construían el tanque, la joven buceadora tuvo que entrenar a Fred para hacer trucos simples, nada que tuviera que ver con lo que hacían otros con ballenas o delfines. Con un calamar había que empezar en lo básico, ya que nadie nunca había tratado de entrenar una de esas criaturas. Para sorpresa de Laila, hacerlo pasar por obstáculos simples fue algo bastante fácil. Ya más complicado fue hacer que Fred entendiera órdenes. Eso era sustancialmente más complicado ya que, aunque estaba comprobado que los cefalópodos podían aprender, nadie sabía que tipo lenguaje sería el más apropiado.

Laila intentó con formas y con colores, con ayuda de carnada para atraer a Fred y con sonidos. Pero nada de eso parecía funcionar del todo. Laila siempre había amado su trabajo por ser simple, en el sentido que no tenía las preocupaciones que alguien con un trabajo de oficinas seguramente sí tenía. Pero ahora este reto la enfrentaba por primera vez con la sensación de no tener una salida, de no tener una respuesta clara.

Aunque siguió intentando por varios meses, al fin de todo decidió que no había manera de hacer que Fred hiciese lo que ella quería. Así que lo que propuso a los directivos fue lo siguiente: un espectáculo simple, más gracioso que cualquier otra cosa y que mostrara la inherente curiosidad de Fred, que parecía no tener límites. Ella les mostró el plan que tenía para el show, que no debería tomar más de diez o quince minutos, y ellos lo aceptaron, aunque no con mucho entusiasmo.

El espectáculo, que tenía lugar una vez todos los días, se llenaba siempre. Consistía en sentarse frente al tanque y ver como Fred y Laila circulaban por un laberinto de obstáculos varios, como el pequeño animal le disparaba tinta desde una distancia prudente y como abría, en tiempo record, varios recipientes de vidrio y plástico, que tenían siempre un suculento premio adentro.

Tras el éxito de los espectáculos, pasó algo que nadie nunca vio venir: un inversionista privada propuso comprar a Fred para exponerlo en un acuario público en un balneario exclusivo de la Costa Azul. Lo que más ofendió a Laila no fue que alguien quisiera comprar a Fred sino que la junta directiva del acuario lo considerara como una propuesta seria. Sentar su disgusto pareció no tener efecto.

Para sorpresa de todos los fanáticos de los seres marinos, Fred fue vendido por dos millones de dólares al multimillonario, un ser despreciable que era obvio que tenía más de coleccionista que de naturista empedernido. Era conocido en todo el mundo por comprar obras de arte, casi al por mayor, para adornar su enorme casa que ocupaba buena parte del pequeño poblado mediterráneo en el que estaba asentada.

Laila, arriesgando su trabajo, empezó una campaña contra el acuario y el millonario para que no se llevara a Fred. Aprovechó el tiempo que requería poner todos los papeles en regla para el transporte del animal para poner a los seguidores de Fred en contra del acuario y del comprador.

Pero parece que fue muy poco, muy tarde. El hombre vino un día, dos meses después, para dirigir él mismo el traslado del animal. Laila no pudo despedirse y aunque el hombre quiso saludarla para agradecerle por su trabajo, Laila simplemente se fue antes que tener que ver todo lo que sucedía en el acuario.

Al día siguiente, presentó su renuncia irrevocable, lo que lamentó con dolor ya que había dedicado buena parte de su vida profesional al acuario y a los cuidados de criaturas que ahora ya nunca más iba a ver. Se despidió de ellos y de sus compañeros, que también estaban indignados con la partida de Fred pero no lo suficiente para dejar sus trabajos. Al fin y al cabo, todos necesitaban la paga, incluso Laila.

Ella partió de allí y nunca volvió. De hecho, aunque desconocido para ella al principio, muchas personas la conocían tan bien como a Fred. Los videos habían ayudado a que se hiciera famosa en todos lados y no demoró en conseguir trabajo en otro acuario, uno que parecía más sensible a su autentica preocupación por el calamar que rápidamente desapareció del radar de los medios.

No fue sino hasta un año después de su partida del acuario que alguien le envió un video en internet que mostraba el nuevo hogar de Fred. El tanque era grande y era el ser de mayor tamaño dentro de él pero Laila no pudo dejar de pensar que había algo mal en él. El color de su piel se veía desprovisto de color y nadaba poco. Su curiosidad parecía haber desaparecido, ojalá no por completo.

No fue sorpresa para ella que algunos meses después medios de todas partes anunciaran la muerte de Fred, que fue donado a un museo para ser preservado para que miles más lo pudieran ver. Aunque Laila estuvo tentada a visitarlo, jamás lo hizo. Fred era para ella como una amigo de la infancia y en todo caso prefería  recordarlo jugando con ella y haciéndola sentir irremediablemente especial.

jueves, 8 de enero de 2015

Adele and the Island

  Adele exhilarated but undoubtedly happy and eager to see and learn more. She was diving, not very deep but had been doing it now for about three hours and she had no intention to stop. So many beautiful creatures were there, so much natural magic that she had no intention of leaving, no matter what happened.

But at lunchtime, the rest of the team was famished and in need of food. Adele had to concede that she too was hungry and they all came back to port to have a nice dinner of shellfish and recently caught sea bass. It was delicious although it seemed weird to be eating a creature she had just seen swimming free in the ocean.

Adele was, in no way, a vegetarian or a vegan. She had no intention to be either. The woman knew that humans need to feed and it was natural to do it, as long as the resources were not depleted. In here, this small island just a few kilometers from the mainland, the consumption of fish and all other animals was controlled and they were very careful not to risk the environment, which actually gave them the money to keep their island pristine and beautiful.

The woman, aged 35 or so, had come here for good. She had visited the island several times with family, friends and past boyfriends and had decided she was meant to live there. She looked up for jobs in the island or near it and had found that the harbor restaurant needed a waitress and also someone who knew numbers to properly run the place. And Adele was just right for both jobs.

At first, Ron thought she was bluffing. He had established the restaurant twenty years ago and was very careful when hiring people to work there. He looked for people that not only worked but also loved the sea and respected the food. He had interviewed at least a dozen people, two dozens for both jobs and no one had caught her interest, until Adele came by.

She confessed she needed to get way from it all. The woman didn’t say her reasons for that but assured Ron that she knew how to make people feel welcome. Adele handled the owner of the restaurant her resume and told him she had worked with money before and had always been entrusted by her employers. As a matter of fact, she had never been laid off. She had always just moved on because, as she put it, she needed to keep on rolling.

Ron decided to hire her for both jobs but warned Adele that he needed both jobs taken care of very specially and that he wouldn’t be very happy if she left one for the other or left one of them unattended for long. He was sure she wasn’t going to be able to cope with both positions at the same time. It was simply too difficult.

But surprisingly, she managed to do it just fine. Adele was a dedicated person and, once she put her mind into something, she was unstoppable. She had decided to work the numbers when the orders got slow and even asked Ron if she could stay one more hour a day to leave everything in order. She rapidly picked up a nice pace in the establishment and was soon the preferred waitress of visitors and residents alike.

As she didn’t work the weekends, Adele spent them diving with the local enthusiasts that numbered around a dozen. They would leave in a rather small boat to a spot near the island, filled with fish and other creatures, thanks to the presence of a beautiful, unspoiled coral reef. For Adele, it was the best. She felt relaxed in the water. Besides, she also felt like an explorer, entering a new world each time.

What made her a great waitress too was the fact that she shared all of her diving stories with the people that came in the restaurant. Every dish they asked for was a short story told by Adele about a certain kind of fish or an interesting anecdote about diving. And people, most of them at least, really enjoyed her stories and even came back for more.

It was worrying, though, when she had no stories to tell or when she felt somehow “not there”. It happened rarely but Ron noticed it always happened towards the end of the month, the exact time when the mail boat would come into the island to deliver packages and letters. Any person living in the island that wanted a faster service could get a personal mailbox in the city in the mainland, at least sixty kilometers away.

When Ron asked Adele about why she seemed sad or simply away, she answered she would never put her two jobs aside. And so she did. Adele never let the work pile up, even in her “strange days”. She was a very responsible person. Anyway, Ron wasn’t asking her how she felt because of work but because he was worried about her. Both him and his wife had become very close to Adele and it hurt them that she had decided to be so private with her life, not telling them anything about it.

Eventually, they stopped asking him what went on with her mood at the end of each month. And it didn’t happen because they didn’t care but because they knew she would never say anything. So they just stopped and she didn’t even noticed. She kept on working and telling her stories and diving and being sad for no apparent reason.

That was until a letter came, almost one exact year after she had arrived to the island. Her many friends on the island, practically all the inhabitants of the small piece of land, were preparing her a party to celebrate her first year as an islander. The party was to feature the ocean, seafood and a case of beer specially brought from the mainland.

But that last letter changed that. The day of the party, she didn’t go to work. She wasn’t in the house in which she had been living in for the last few months and wasn’t diving anywhere near the island. Many people had seen her read the letter right in the harbor but, after that, no one really knew where she had gone.

Many said she had boarded the mail boat, arguing with the man that drove it but finally negotiating with money. Others were sure she had gone to the Big Tree, the only so called park the island had on it. It was really a small square of grass with, in the middle, a huge tree giving shadow to a couple of houses. It was a popular spot for lovers or people that wanted a peaceful place to think. Others said she had resumed working or gone to her house, but they were proven wrong very fast.

So, for many days, no one knew anything about Adele. Ron was especially upset, as she had left her two jobs hanging, for which he didn’t look for a replacement. He told his wife that he was sure Adele was going to come back, eventually. But as the time passed, that thought began to dissolve in time.

A young woman named Arisha replaced Adele as a waitress and Ron decided to take over the accounting duties. Anyway, the restaurant was fairly easy to handle and it was only during the holiday season that he really needed a lot of help to keep the place running properly. Anyway, Arisha was a very dedicated young lady and, although she wasn’t really experienced and didn’t tell any stories, she did the job right and was sure she could do better.

It was during the holiday season, in a really hot day, when the mail boat arrived and a letter addressed to Ron arrived to the restaurant. He was busy cooking some burgers so he only opened it at night, when he had done everything to make the holiday visitors happy. Walking home, he realized the letter was from Adele and quickly opened it, reading it outside his house.

In not so many words, Adele told him she was ashamed of herself and the way she had left the island, to the extent of leaving everything she had owned in the small house she had inhabited in. She told Ron that the reason why she had left had been simple: she couldn’t bear staying in one place too long. She had never liked that, even if she felt at peace and she certainly did in the island. Anyway, the real reason was that a former lover, a man she was going to marry once, would write her every month to tell her he still loved her deeply. She avoided him, even if she felt still guilty, until the last letter came in.

The man who loved her had suffered an accident and was in critical condition. Adele left everything to be with him but was not able to get there in time. He had died. She stayed, even if she wanted to live, to see him being buried and to see her family again. But that was just another signal to leave.

She wrote Ron from a ski resort and told him she would love to see him and all her other friends soon, in due time, once she felt she was strong enough.

-       “To be honest, I will never be strong enough for anything. I had no idea what I had around until I lost it because of fear and insecurities. Anyway I hope I see you again, wherever, whenever”.

Ron shared the letter with his wife and kept it in a drawer, waiting for the day he could see Adele again to talk and tell her it was ok to stop running, as no one had never been chasing her.

miércoles, 7 de enero de 2015

La playa

   Sentir el sol en la piel, la arena raspando el cuerpo cada cierto tiempo y bajo la planta de los pies, y escuchar el sonido del mar. Todo esto era lo que Guille siempre había querido y ahora estaba allí, en la playa, disfrutando de la temperatura y la suave brisa, que hacían una combinación perfecta para relajar hasta al más intranquilo.

Lo mejor de todo era que no había mucha gente en el lugar: para ser una playa cercana a varios hoteles, tenía poco público. Pero eso, lejos de ser un problema, era otro aspecto positivo del lugar. Guille no tenía que preocuparse por si alguien venía a robarle su mochila sino que podía dedicarse a contemplar el mar y su eterna paz.

Cuando se cansó de broncearse, entró al agua. Las olas eran suaves y la temperatura del agua era perfecta para contrastar con el calor que hacía. Desde el agua, Guille podía ver sus cosas y si quisiera podría salir rápidamente. Pero la verdad era que no había necesidad: ahora el tramo de playa en el que él estaba completamente desierto.

Esto se debía, al menos en parte, a que era un día entre semana en el que muchas personas estaban trabajando, además que era temporada baja. Había planeado su viaje así a propósito ya que el joven hombre no gustaba de las aglomeraciones y de tener que esforzarse más de la cuenta para relajarse en unas vacaciones que estaban más que merecidas.

Guillermo trabajaba en un banco, lidiando con los problemas que la gente tenía con frecuencia con la entidades bancarias: prestamos, hipotecas, errores en cuentas, tarjetas de crédito,… Todo ese trabajo tedioso era responsabilidad de él y su gran grado de responsabilidad le hecho acreedor a uno de los mejores puestos en el banco, lo que era tanto bueno como malo..

Era bueno porque era una mejor paga, que necesitaba si quería algún día hacer algo de su vida, algo más en todo caso. Con el dinero de un año de trabajo en su nuevo puesto, había podido mudarse y planear el viaje que ahora estaba disfrutando sin sombra de duda. Además ya no estaba en una estúpida ventanilla sino que tenía una oficina, lo que no estaba mal del todo.

Lo malo de la situación, era que su carga laboral ahora era mucho más pesada. Todos los días, desde primera hora de la mañana, debía lidiar tanto con problemas ridículamente complicados como con idioteces que tenía que explicar un sinnúmero de veces hasta que las personas se dieran cuenta de lo que les estaba diciendo.

Hacía ya bastante rato que Guillermo no creía en la realización de sus sueños. Aunque todavía era joven, había trabajado como loco desde hacía mucho tiempo y no parecía que hubiera ningún tipo de retribución real, o al menos no la que el buscaba. Lo que él quería era tener la libertad de seguir otro camino en su vida, de elegir algo que lo llenara más como ser humano pero eso no parecía que fuese a pasar.

Él siempre había soñado, porque no había otra manera de serlo, en ser un artista reconocido. La música siempre había sido una de sus pasiones y sus padres habían aceptado que, antes de ser un adolescente, tuviera clases de piano, de guitarra y de violín. Era casi un genio para todo lo que tenía que ver con la música, reteniendo datos sobre cantantes o composiciones en su cerebro o tocando para en las reuniones familiares de la época navideña.

Pero cuando empezó a crecer, sus padres cortaron rápidamente las alas que ellos mismos habían ayudado a construir. Sin decirlo de viva voz,  consideraban que la música no lo llevaría nunca a ningún lado y sabían que si querían que su hijo fuera un elemento productivo de la sociedad, deberían alentarlo a hacer algo diferente a la música.

Así que, a meses de graduarse del bachillerato, los padres de Guille empezaron a alentarlo a inscribirse en una universidad en la que solo dictaban para carreras relacionadas a la economía y la política. Ellos decían que eran carreras que pagaban bien y para las que siempre se buscaba gente. Existían la economía pura, las ciencias políticas, la contaduría, la administración, las finanzas,… Cualquiera de ellas, según sus padres, serían opciones perfectas.

Recordando todo esto, Guille metió la cabeza en el agua y la sacó rápidamente, tratando de lavar los recuerdos pero estos estaban demasiado enraizados en su mente, demasiado presentes en su día a día, como para irse simplemente con agua.

Al comienzo, como cualquier joven rebelde, se negó a hacer nada de lo que sus padres dijeran. El primer semestre se fue, no sin reclamos de su madre y su padre que le decían que tenía que ser responsable ya que la vida no esperaba por nadie y no podría nunca vivir del aire o de las ganas de hacer algo que podría nunca funcionar. Eso no importó.

Guillermo fue recalcitrante, empeñado en no dar su brazo a torcer por ninguna razón. Esto hasta que un día su padre, ya bastante enojado, le dejó claro que no habría nada de dinero para él si decidía estudiar o hacer cualquier otra cosa que no tuviera que ver con lo que ellos querían para él.

Esto dejó al chico en shock. La verdad era que no podía creer que sus padres usaran el dinero como arma contra lo que el deseaba. Parecía inverosímil que personas que lo habían engendrado estuvieran tan en contra de lo que él deseaba hacer, vivir. En ese momento se preguntó varias veces si acaso ellos no habían sido jóvenes, si ellos no habían tenido deseos por años o si nunca se habían sentido frustrados.

Las respuestas a esas preguntas dejaron de importar al cabo de un tiempo, el mismo tiempo en que Guillermo tuvo que ceder y dar algo de concesión a los deseos de sus padres. Aunque declaró que jamás estudiaría una carrera universitaria que no significara nada para él y que su mayor deseo era convertirse en un músico real, les confesó que para eso necesitaría dinero y sabía que no lo obtendría de ellos.

Los padres pensaron en ese momento que Guille los dejaría, que se iría de la casa para emprender su propio camino o algo por el estilo pero lo que hizo los sorprendió aún más: el chico decidió que tomaría el camino que ellos deseaban para él pero para conseguir lo que él más anhelaba. Fue así que busco en el periódico y en la calle hasta encontrar un trabajo aburrido, de corbata y zapatos lustrosos.

Su primer día en el banco, como cajero, fue un verdadero infierno. La verdad era que se sentía vencido, abatido por la situación y, tras de todo, se sentía humillado al tener que convertirse en la persona que más odiaba: un chico que hacía lo que sus padres querían, ganando dinero como un androide más en una sociedad que ignoraba a quienes pensaban más de la cuenta.

Por supuesto, sus padres lo felicitaron por su decisión, incluso a sabiendas de las razones que Guille tenía para haberla tomado. Pero para él todo esto, y se lo repetía todos los días, era algo temporal. No pensaba quedarse en el banco más de un año, lo suficiente para ganar el dinero para pagar al menos el primer año de clases de música, tras lo cual planeaba ganar dinero con conciertos en lugares pequeños o en lo que fuera, con tal de lograr su sueño.

Ya habían pasado seis años de ese salto y no parecía que nada fuese a cambiar. Sus padres, tras la alegría inicial, volvieron a insistir en una carrera aseria. Esto hasta que Guille por fin decidió dejarlos y seguir su vida independiente de las decisiones de otros. Al fin y al cabo ya ganaba su propio dinero y no tenía responsabilidades más allá de cuidarse a si mismo. Lastimosamente, rompió con ellos en más de una forma.

Y ahora estaba allí, saliendo del mar para sentarse de nuevo sobre su toalla en la arena, apreciado el brillo de las olas cristalinas y la hermosa transparencia del agua. Era casi como un sueño, uno más, el estar allí sentado, despreocupado de las decisiones que había tomado y de las que habría de tomar en el futuro.

No tenía idea de cual sería su próximo paso en la vida. Tenía el dinero para las clases ahora pero lo sueños mutan, se transforman y ya no estaba seguro de ser quien creía ser o de querer lo que por mucho tiempo creyó anhelar.

Cuando recogió sus cosas y caminó por el borde de la playa, viendo como el sol se ocultaba en un hermoso ocaso, anheló al Sol por una vida de la que pudiese estar orgulloso. Una lágrima fue su ofrenda al astro solar, quién le concedería su deseo pero tendría que esperar, y ese es un reto aún mayor.

martes, 6 de enero de 2015

Trans-Siberian

   Niko handed Natasja with an envelope, telling her to read its content and then destroy it. He also gave her an umbrella, saying it was raining a lot in Vladivostok. He finally wished her a nice trip and promised to see her in two months on a plane to Japan, if all went well.

Natasja then boarded the train and looked for her seat. To make things less suspicious, she had bought a seat in a four-seat cabin. Getting to know other passengers and playing cards with them would make her less of a target for people watching, looking for odd behavior.

She found her seat and realized the compartment was still empty so she took the seat by the window and looked at all the faces outside: family members of the travelers, the travelers themselves giving advice about unimportant things, police officers and station guards, providing weak security to the building and even tourists. It wasn’t uncommon to see them, especially in the summer, but people around these parts noticed them always.

Sure enough, a tourist couple sat in front of Natasja and an older woman besides her. About fifteen minutes after her finding her seat, the train began to leave the station. The young woman leaned back, clutching hard on her envelope, thinking this should be her last assignment. She was so fed up with this job, always moving from one point to the next, never really having a place to call home or someone to actually care for her.

The older woman pointed something through the window and the tourists smiled and talked to her. Natasja then remembered she had to do exactly the same, blending in and trying not to look too strange among the fairly common passengers of the train.

She proposed a game of card, which they all eagerly joined. They played for well over an hour, laughing and learning each other’s name.

The couple was composed of Marisa and Tommen. She was French and he was German. They had boarded the Trans-Siberian in order to get to Lake Baikal, a place they had always wanted to visit because of its landscape and fishing possibilities. Every couple of minutes, they would say something about a fish or some sea creature they had captured while fishing. They could get annoying if Natasja or the older lady didn’t change the subject.

The older lady’s name was Katya. She had been visiting a sister in Moscow for a month or so but now she needed to go back to her home in Irkutsk. When asked why she lived in such a harsh city, especially during winter, she answered her father had been one of the first colonists to exploit oil in the region, by settling near the city. And she had always loved it there so there was no way she would leave, even if her old bones couldn’t cope with the cold as well as they did before.

Natasja introduced herself and told her cabin companions that she had been attending a specialist in Moscow. When asked if she was sick, she answered she had been attending chemotherapy, because of an odd tumor the doctors had found in her lungs. She had lived in Moscow for the time being but now that she had being deemed healthy enough, she had decided to travel to her family in Vladivostok.

She learned the story so well; she had started believing in it. She even gave precise details about the procedure, her family at the end of the line, her house and a dog named Flo, who she claimed was waiting for her in the Vladivostok train station.

But the truth was far from that nice story, which had nothing to do with her.  After playing for some more, Natasja excused herself and told everyone she had to go to the ladies room and to get a drink of water. She even asked everyone if they need something: Katya asked her to buy a water bottle to drink her pills with. She agreed and exited the compartment calmly.

Outside, however, she was impatient. She had to get to the nearest bathroom and read the documents Niko had given her in the station. No one, or so she thought, had seen her come out of the cabin with the envelope. She walked for a while until she found the restaurant wagon. There, she asked for a bathroom, which she found easily.

In there, she read all the papers. They were only two, detailing what she had to guard so carefully and instructions about what to do if the object in her possession became lost or was destroyed. This last thing was preferable than see it taken by someone else. In any case, it was imperative she got it safe to the Pacific and gave it to another person in the train station, at her arrival.

When she finished reading, Natasja soaked the papers in the toilet and then saw the ink falling, as it was made of some strange liquid. After a couple of minutes, all the letters had “melted” from the two sheets of paper. She threw the two empty papers into a trash bin and then came out of the bathroom. An annoyed tall woman was waiting outside. Natasja excused herself but the woman didn’t even care.

She went back to the restaurant wagon and bought the water bottle for Katya who was very happy to see it when Natasja got back to the cabin. They were all fed up with cards so they just started talking until they all fell asleep. The first day of seven had finished.

The next two days were all the same: playing cards and seating all together for breakfast and lunch. Natasja excused herself from eating dinner, as she had never really liked to eat at night. Her body never responded kindly so she preferred to stay in the cabin and read one of the books a kind lady rented every passenger for a couple of pennies.

The truth was that Natasja didn’t want to get too far from the cabin. The object was there, and it would be madness to leave it alone but also to take her with her everywhere. It would make her too suspicious and, somehow, she knew someone watched her everyday.

She felt it first during lunch in the second day, when she stared a little bit too long at the window and suddenly she felt everyone in the restaurant was looking at her. She was probably being paranoid but it was better to be paranoid than not to be careful.

Sure enough, her cabin companions had asked about her papers and she suddenly faked she had no idea where they were. They even called one of the train’s guards to help them look for the envelope but it was all in vane, of course. Natasja told her new friends they were only the results of the last blood test, affirming she was now well and free of any cancer cells. She just wanted her parents to see it, to make them happy.

This, somehow, made Natasja the subject of unwanted attention all over the train. She couldn’t go the to panoramic wagon or to the restaurant without people telling her how brave she was and how young and beautiful they thought she was. The young woman started having a problem with it, because some people even broke in tears and confessed they had suffered from cancer too. After all she was human and it was disheartening to see people open like that, for no real reason.

On the fourth day, at night, the train arrived in Irkutsk. So she had to say goodbye to her cabin companions. They even hugged and Katya shed a tear, handing Natasja a bottle of lemon juice she had bought in the restaurant. She said it was good for the cells and that it was the only thing she could have bought as a present. That little present made Natasja actually happy, as friends were not easy to be found, not for her at least.

They all exchanged phone numbers and then parted ways. The next day, just one more day or so to her final destination, Natasja went alone to lunch and thought of her life. She had never known a real family, having been abandoned by her parents in an orphanage. From very little she had to fend for herself and there was no space for love or animosity with anyone, not in the streets. When she got older, she was recruited by an intelligence agency from abroad in order to work inside of Russia, dealing with different kinds of jobs.

But she was tired of it. At night, alone in the cabin, she decided that this time it was her time to be herself. Not Natasja, or anyone else but only her. After handing the umbrella to the agent in Vladivostok, she would leave that world of secrecy behind.

When the train finally arrived to the Pacific coast of the Russian Federation, the police found Natasja’s body lying right in the spot she had decided to be free. After thorough investigation, they deemed her death a murder by poison, probably related to a bottle of juice found besides her. She had no possessions with her as nothing was found on the cabin besides the bottle.

Someone extracted the umbrella, just after she had died or fell asleep. But the identity of that person remains a mystery to this day and it’s very likely we will never now who called agent Natasja.

lunes, 5 de enero de 2015

Quesos

Hay miles de tipos, de variaciones, de sabores y aromas. Y Olga los quería conocer todos, todos los quesos que hubiera. Desde joven, le había fascinado la comida y ahora le apasionaban los quesos. La razón era sencilla: un joven bastante guapo estaba cortando un nuevo tipo de queso en el supermercado y ella lo contempló cortando y probando, como si fuera un delicioso nuevo vino. La manera en que lo probó, su expresión y el simple olor del producto, la atrajeron de tal manera que se obsesionó al instante.

Fue así que, cada fin de semana, visitaba una granja en la que fabricaran queso. Normalmente eran a base de leche de vaca, así que las variaciones en sabor dependían de la producción, si era artesanal o hecha en una cadena de producción y cuanto tiempo dejaban que madurara.

Pronto, Olga quiso más. Así que, después de una ardua investigación en internet, planificó para sus próximas vacaciones un tour por Europa, visitando varias regiones y probando todo el queso que pudiese. También tendría tiempo de visitar varios monumentos famosos y, ojalá, de conocer amantes de la comida como ella.

Olga organizó todo en su vida alrededor del viaje: adelantó todo el trabajo que pudo en su puesto de contadora pública, encargó a su gato bigotes a la vecina de más confianza y pidió a la oficina de correos guardar su correspondencia en un buzón y no llevarlo a su casa.

La primera parada era, como era natural, París. La ciudad luz era hermosa o al menos así la veía Olga que desde el primer momento estuvo fascinada con todo, incluso ignorando aquellos detalles no tan glamorosos de la capital francesa. Ese día solo se ajustó al nuevo horario y dio una vuelta por el vecindario del hotel, que era muy bonito aunque bastante solitario.

Al otro día asistió a su primer evento: una cata de camembert, hecho artesanal en la ciudad de Orléans. Todo estaba organizado a la perfección y por primera vez pudo ver como los profesionales hacían su trabajo: para Olga eso era lo último, lo mejor, lo más destacable de la habilidad humana para apreciar su propio mundo.

Y, no sobra decirlo, el queso estaba delicioso, justo como debería de ser. Comió varios pedazos y a la vez recorrió la sala pero, con algo de tristeza, vio que la mayoría de las personas no estaban interesados en los demás sino en el queso. Cuando vio como una mujer reía y se tomaba fotos con los profesionales, fue la expresión más alegre desde que había llegado. Olga comió un poco más y luego se fue a su hotel a descansar.

Tuvo dos días más en París. Al siguiente fue a un evento para el lanzamiento de un nuevo queso crema, que era simplemente majestuoso, y al salir planeó subir a la Torre Eiffel. Pero la fila era tal que seguramente no ascendería nunca o al menos no hasta la noche, si es que lo permitían. Olga dejó ir su deseo de ver París desde lo alto y decidió mejor pasear por el centro de la ciudad y tomar fotos.

Al otro día, pasó la mañana en el Louvre y comió algo en la cafetería que allí había antes de salir al hotel a recoger su maleta para viajar a Holanda en tren. Cuando llegó, tuvo problemas en el hotel pero los solucionó rápido. No había mucho tiempo que perder ya que tenía una cata esa misma noche.

Cuando llegó, ya todos estaban probando un gouda de fuerte sabor. Se había perdido los comentarios de los profesionales pero pudo verificar por si misma lo delicioso del producto.

De pronto, la saludó una cara conocida: era la mujer risueña de París. La había visto también en el evento del queso crema, pero esa vez fue por un momento ya que ella estaba rodeada de gente y Olga quería visitar la torre.

En esta ocasión, Olga la saludó y la mujer, llamada Victoria, empezó a hablar de cómo había llegado allí: ella no estaba sola ni tenía gatos, era su marido, indirectamente, quien la había dirigido al queso. El hombre era intolerante a todo tipo de lactosa y esa natural aversion﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ al queso. El hombre era intolerante a todo tipo de lactosa y esa natural aversi de gente y Olga querdl salir planeón por los productos lácteos hizo que su esposa tomara un interés en ello, por el simple hecho de que su esposo detestaba tanto quesos como yogures y leches.

Y así había decidido hacer el tour, dejando a él peleando solo en casa, amargado consigo mismo como siempre. Victoria le preguntó a Olga sobre sus razones y ella le explicó, algo apenada, que adoraba la comida y gracias a un impulsador de supermercado, había descubierto su gusto por el queso.

La mujer parecía muy optimista, ya que sonrió mientras Olga hablaba y al final, pareciendo ignorar todo, le propuso a Olga que fueran, al día siguiente, al museo de Ana Frank. Dijo que nadie más deseaba ir con ella así que podrían hacer del día siguiente un día exclusivo para mujeres.

Y así fue. Olga no tuvo como negarse y Victoria estaba demasiado entusiasmada con la idea para oír un “no” como respuesta. Al otro día visitaron el museo y comentaron todos los cuadros juntas, como discutiendo. Olga siempre había imaginado que así sería tener una amiga a su edad pero jamás había encontrado quien. Lo más cercano era la anciana que era su vecina pero ella no parecía interesada en ir a museos o conciertos.

Mientras comían en un pequeño café de una adorable placita, hablaron sobre los eventos a los que habían asistido. A pesar de que las dos no tenían los mismos gustos, entendían el punto de vista de la otra mujer y rápidamente empezaron a intercambiar anécdotas no solo de quesos y otros lácteos sino de cocina e, incluso, de hombres.

Victoria parecía saber bastante del asunto y encontraba extraño que Olga jamás se hubiera casado. Pero no la acosó con el tema ni se burló de ninguna manera. Solo le confesó que Olga le parecía bastante simpática a pesar de lo tímida y le aconsejó cambiar algo de su guardarropa para resultar más atractiva, si eso deseaba.

Al otro día las dos mujeres estuvieron listas para viajar a Alemania, más precisamente a la ciudad de Múnich. Allí probaron el “erdapfelkäse”, un queso cremoso mezclado con cebolla y pimientos. Lo probaron sobre bagels y otros panes: era delicioso, simplemente ideal. Fue el evento en el que más participó Olga, incluso ganando un concurso de preguntas sobre quesos que había propuesto uno de los organizadores. Gano una cajita de queso alemán que recibió alegre y con vítores de su nueva amiga.

En Múnich pasaron uno de los mejores días, paseando por calles antiguas y tomando tal vez demasiada cerveza alemana. De pronto fue a causa del alcohol que Olga le confesó a Victoria que hacía años había existido un hombre con el que ella hubiera podido casarse pero nada sucedió porque él la había engañado y no solo una vez. Su decepción fue tal que nunca más quiso intentar de nuevo y decidió permanecer soltera.

Victoria lloró al oír la historia. Era una mujer pasional, llena de sentimientos e ideas. Tomó las manos de su nueva amiga y le dijo, con toda sinceridad, que los hombres eran un asco. Incluso su esposo, que casi siempre era soportable, podía ser un dolor de cabeza. Le propuso que el viaje sería la oportunidad de ambas de alejarse de sus vidas en casa y de disfrutar la vida.

Fue así como las dos mujeres siguieron el tour, juntas, compartiendo habitaciones y paseos al museo, comidas y catas de queso y de otros productos. El siguiente punto de parada fue Milán, donde probaron un queso de cabra bastante particular, añejado demasiado, para el gusto de ambas mujeres.

Después llegaron a Praga y allí probaron queso de oveja y aunque la experiencia con este antes había sido mala para Olga, los checos aparentemente sabían muy bien como hacer sus quesos. La ciudad, además, era perfecta para pasear y conocer caminando. Las dos mujeres incluso atrajeron la atención de dos hombres en un parque, que les lanzaron piropos en su idioma y las alabaron sin parar.

La última parada era Grecia, donde probaron mucho yogur de todos los sabores y disfrutar del mar y sus frutos. El fantástico viaje terminó en el aeropuerto de Atenas, donde las dos mujeres se separaron con un abrazo y prometieron estar en contacto constante.

Al llega a casa, ya con Bigotes merodeando por todos lados, Olga sacó de su equipaje el queso alemán y recordó entonces a su amiga de viaje. Entonces recibió una llamada y era Victoria, que quería saber como había estado su viaje. Hablaron un par de horas, riendo y planeando, hasta que tuvieron que cortar por solicitud del marido de Victoria.

Desde ese momento algo cambió en Olga y ella estuvo segura que de ahora en adelante todo sería mejor, más que nunca.

domingo, 4 de enero de 2015

A funeral

It’s always hard when someone dies, even if it’s your mother in law. In this case, she was a very special lady. From the moment we met until her death, I felt she didn’t like me. And I’m sure I was right.

She had always resented my hairstyle, then the way I dressed and, specially, my line of work. As it happens, I write for many magazines and newspapers about all of those starlets and music sensations you hear about everywhere. I do those bios about the kids that are beginning, discovered by the Internet somewhere in the middle of the world.

The woman didn’t like that. She thought it was a shallow job, unstable and not enough for her fragile daughter. The reality could not be further away from the truth. Amanda, my wife, wasn’t fragile or dependent of a man. When I met her, she was already working her ass off in a publicity agency and now she had created her own enterprise and was doing really well.

Amanda did not resent my job. She actually found it thrilling, as she was the first person to hear about the newest celebrity gossip. She always saw the most compromising pictures first and enjoyed, even more than I, when I had to meet some star to do an interview for some publication.

We had to travel in order to go to the old woman’s funeral. What was really special about that day was not the event as such. I mean, it was a funeral; they are all pretty similar except for some slight differences. This one’s different aspect was that I met Matthew. I saw him standing behind a tree, watching another funeral.

I saw Amanda talking to her sister and her cousins so I told her I had to go to the bathroom and then I went back to the tree, where I saw the young man staring at all those people in black. As I got near, I realized most of the assistants to that funeral were very clean cut, looking kind of military.

With care, I walked towards the young man and put a hand on his shoulder. He got scared but when he realized he didn’t know me, he pulled me aside and told me, with a sign, to shut up.

He gazed towards the funeral, again, as saw it all. I just stood there, watching with him. There was something really strange about the scene, a young person watching someone’s funeral from afar. Was he maybe a lover or even his murderer? Maybe I should have not gone after him but there I was. Amanda was probably missing me.

The ceremony we were looking at was finished. The guy was in tears, that he cleaned softly.

Who are you?
I write.

He nodded, as if he understood but I did not know what it was that he understood. He then asked for my phone, which I gave him for some reason, and then dialed a number. He saved it in and gave it back to me. He didn’t say anything else; he just left.

I went back to Amanda who asked me where I had been. I told her I would explain later, not really thinking about the lunch we were going to have at her sister’s house. I didn’t really pay attention to anything else that afternoon, nothing other than the number on my phone and the name of the guy.

I had always wanted to do something else with my career. Far from me to give my dead mother in law any reason to be right: I loved my job, it was fun, simple and easy to research. I also took pictures and did interviews. All was great and easy. But there was also a part of me that was a real journalist, interested in things that happened daily.

But when I took those chances, they would always be denied to me. So I kept to my celebs and music sensations of the moment. Until now.

The next day, I decided to call Matthew and meet him in a coffee shop. He told me he preferred it that way as crowded places made him more comfortable, less suspicious of anything. From our phone conversation, which was short, I noticed he was still sad. To be honest, I was scared he wouldn’t even show up.

But he did. It was difficult to start talking. We just asked for some coffee and stared, as if it was a date of sorts. I had experience with interviews but he seemed so sad and exhausted, that I had no idea how to start, so I just went for the only thing I knew about him.

What were you doing in the cemetery?

He started crying in silence and then he told me his reason to be watching a funeral. As it happens, it was not some unknown person’s funeral. They were burying a man that day, a man with whom he had lived the last five years.

He then asked what I thought about homosexuality and their rights and so on.  I felt the interview had changed its course but though it was better to answer, as it would make him trust me. So I told him I had no trouble with gay people. I told him about these two older ladies that lived in my building. They were very nice people, feeding my dog cookies every time we crossed them in the park.

He smiled with my silly anecdote, so I understood he was ok with me interviewing him. I asked him then to tell me more about the man that had died; he was besides his life partner.

He corrected me there: the man was not his “partner” but his husband. And his name was Paul. They had been married in Massachusetts, in a small affair than only involved his some friends, no family member for either side though. I asked him if the families opposed and he smiled again but this time it was a sarcastic way to say, “of course they didn’t”. Although his parents knew and were not firmly opposed, they didn’t really care. They didn’t speak that frequently so there was no reason for him to know if they were ok with it.

Paul’s family, on the other side, were more extreme and had no problem calling them every so often to insult them or recite some extract of the Bible. They had to change their phone number several times in order to stop the insults for a while.

I asked more about their life together and then he went back to his real smile, the one that felt authentic and heartfelt. He told me they had met in a party given by a common friend. They just met there and, initially, did not like each other. Matt confessed he thought Paul was too full of himself, attracting attention to him much too often.

But then they kept seeing each other in other parties and on the street, as they discovered they were practically neighbors. So, with time, they began really knowing each other. After five months or so, they formally began dating. Drying his tears, he told me it was the best time in his life. They did everything together but not in the senses of being annoying or intense but really like friends who happened to be in love.

Many people stopped talking to them, as they didn’t knew their friends were gay. They got new ones and stronger ties bounded them with old acquaintances. It was the day they moved in together when the harassing and insulting began. But they moved on together and started to live life like the couple they would become years later.

In a trip to China, Paul proposed to him, with a ring with a special message for him. Having being in a military school, Paul knew all about codes and signs so the engraving could only be read by someone knowing about the codes and he taught Matt how to read it. They married six months later, in a private ceremony, after which they traveled to Iceland for their honeymoon. It was just the best moment in both their lives.

Only two years after their marriage, Paul had a surfing accident. He was with friends as Matt had been unable to join them because of his work. He was the first person to get to the hospital but was asked to leave when family members started to arrive. They yelled at him and he wouldn’t do anything. Finally a nurse told him that it was best if he left. She promised to call him if something happened.

That wasn’t the case. It was only through the call of one of the guy’s that had been surfing with Paul that he learned of his death. He was devastated but was prevented to go to the hospital. The family was already doing the paperwork to do take the body so there was no need to go and fight endlessly. He was theirs now, in flesh at least.

Matt told he that had happened a week ago. He had not been invited to the funeral or the wake, and had no infiltrate the cemetery without anyone noticing him. He was planning to go back soon. When I heard this, I told him I could drive him. It was not likely that any family members would be there so it was the perfect time.

So later that afternoon we were standing in front of Paul’s grave and Matthew just kneeled and cried. He didn’t say anything, just cried and touched the tombstone. I put a hand on his shoulder and squeezed it as his story had touched me deeply.

I thought of Amanda, the woman I loved. What if someone had tried to stop me from being with her? What if her mother had forbidden our relationship? She hated me but she let her daughter do what she wanted and, ultimately, she was happy for her.

So when I got home, I started writing an article about Matt and Paul. I was sure it would be of everyone’s interest because; don’t we always say love is always first? That love always conquers and is the goal in our lives? I was sure that was the case and when I kissed Amanda that night; I got sure she realized how happy she made me.

sábado, 3 de enero de 2015

Carpa Mágica

Había una vez una ciénaga que formaba un gran espejo de agua en la mitad de una región deprimida y sometida al calor. El cuerpo de agua era lo único que sostenía a la gente del pequeño poblado flotante ubicado en el extremo sur de la laguna.

En ese pueblo, hecho de casitas rudimentarias construidas sobre pilotes de madera de los grandes árboles de un bosque cercano, vivía un niño que todas las mañanas, con el resto de los hombres del pueblo, salía en una canoa a navegar por la ciénaga para pescar. A veces entraban por los ríos alternos pero la mayoría de las veces se ubicaban  en las márgenes de la ciénaga, a esperar.

La mayoría de peces que había todavía en el lugar eran pequeños. Los peces grandes se habían acabado hace muchos años. Esto había causado cierta hambruna en los habitantes del pueblo hasta que se dieron cuenta que lo mejor era compartir y saber consumir de la mejor manera lo poco que tuvieran para consumir.

Además Araki, el niño que pescaba, y otros del pueblo, recogían unos frutos rojos de los manglares de los que la gente también se alimentaba. Los habían descubierto un día en que el hambre era tanta que los hombres habían salido en mitad de la tarde, hora normalmente prohibida por el peligro al que se arriesgaban, desesperados por el hambre y la desesperanza.

Un buen día, Araki salió a pescar y se hizo en el mismo lugar de la ciénaga en el que se hacía siempre. Pero después de varias horas sin coger nada, prefirió ir a los manglares a buscar algunos frutos rojos para su madre y hermanos. Cuando ya tenía unas diez frutas en un costal, se dio la vuelta para volver a su punto de pesca pero entonces escuchó algo en el agua, como si algo se hubiera acabado de sumergir.

No era poco común que los niños jugaran en el agua a nadar y bucear pero eso sucedía siempre en las inmediaciones del pueblo, no en un punto tan lejano como este. El niño amarró el costal, todavía viendo el agua pero no sucedió nada. Cuando empezó a remar para salir a la ciénaga, se dio cuenta de que su canoa no se movía. Araki lo hacía más y más fuerte pero no pasaba nada, así que revisó con la mano la superficie de su canoa, metiéndola en el agua.

De pronto algo salió de abajo, saltando hábilmente. Araki pegó un grito y se echó para atrás, asustado. Nunca había visto algo así, tan grande y brillante y extraño. La criatura se metió al agua salpicando bastante agua, que le cayó en la cara a Araki, que estaba acurrucado en la canoa. Tanto fue el susto, que el niño se quedó allí durante varias horas, hasta que el sol se tornó naranja.

Cuando Araki regresó al pueblo, ya de noche, su familia estaba bastante preocupada. Fue tal la preocupación que incluso los más ancianos lo esperaban en su casa, para preguntarle sus razones para llegar a semejantes horas. Él se sentó, todavía temblando y les contó lo que había pasado.

La criatura que él había visto, a lo mejor de su entendimiento, era un pez. Pero no era un pez normal, como esos pequeñitos que él sacaba del agua al menos una vez por día, a excepción de ese día en el que no pescó nada sino un susto y unas cuantas frutas.

Lo más extraño del caso era que, para la sorpresa de todos, Araki había visto que la criatura brillaba. Al comienzo había pensado que se trataba de la luz del sol o de la incidencia de la luz en alguna extraña manera, pero no. En segundos pudo darse cuenta que era la criatura misma que era brillante, que emanaba su propia luz.

Cuando los ancianos le preguntaron como era la criatura, él dijo que le podía haber llegado a la cintura y que era casi tan ancha como su canoa. Además de su piel brillante, pudo ver que tenía bigotes. Sonaba bastante extraño pero estaba muy seguro de haber visto que la criatura tenía bigotes bastantes largos y gruesos.

Los ancianos le agradecieron por su testimonio y acto seguido se fueron de su casa, sin decir más. Lo mismo pasó con la gente que había venido a escuchar que era lo que ocurría. Minutos después solo estaban los miembros de su familia, a los que repartió los frutos rojos de los manglares. Había uno para cada uno y le alegró verlos comer aunque él personalmente no quería saber nada de comida. Por primera vez en mucho tiempo, se acostó sin comer nada ni pensar en encontrar alguna fantástica fuente de comida.

Esa noche, Araki no soñó con los banquetes de siempre, con las fastuosas y exóticas comidas que desde que recordaba había imaginado consumir. Esa noche lo que tuvo fue un sueño interminable, casi una pesadilla, en la que él estaba en la mitad del lago y la criatura saltaba por todos lados, como amenazándolo.

Al otro día, para sorpresa de Araki, todas las personas del pueblo salieron temprano a pescar. Esta vez no solo eran los hombres sino también las mujeres y los ancianos que habían estado en su casa. Todos fueron a la zona de los manglares, donde todo había ocurrido y muchos recorrieron los canales y riachuelos que había en la zona.

Pero nadie encontró nada, ni siquiera de los peces pequeños que a veces había. Incluso los frutos de los manglares habían desaparecido, a pesar de que el mismo Araki había visto varios el día anterior. Ya no había nada, ni pez brillante, ni ningún otro tipo de comida.

Desde ese día y por varios meses, la gente tuvo que racionar lo poco que habían guardado de pescas anteriores. Esto era difícil ya que el pescado se arruinaba con facilidad entonces después de un tiempo ya no quedaba nada para racionar. Tuvieron que alimentarse de algunas plantas acuáticas que todavía quedaban pero sabían horrible.

Y así pasaban los días, sin comida y con un calor inclemente, el que existía desde que allí habitaban seres humanos. Araki prefería pasear en su canoa que quedarse en casa. Esto por dos razones particulares: la tristeza de su familia y las quejas y los reclamos eran insoportables y navegar le ayuda a relajarse y a generar algo de brisa para su cuerpo.

En una de esas salidas, visitó de nuevo el lugar donde había visto al pez mágico (ahora lo llamaba así) pero obviamente nunca apareció. En todo caso, no había ido esperando que apareciera sino para ver alguna señal, algo que le indicara que significaba lo que había sucedido o que debía hacer para evitar que el pueblo muriera de hambre.

Ya muchos se habían ido, cogiendo sus canoas y cruzando la ciénaga hacia destinos desconocidos, lugares que ellos esperaban fueran más amables con ellos, con alimento y vivienda. Cuando la mitad de las personas se habían ido, los ancianos declararon que el pez mágico había sido un milagro y que debían esperar, con paciencia.

Araki escuchaba lo que decían pero era difícil pensar en irse de allí e intentar un lugar nuevo, sobre todo siendo el mayor de sus hermanos y solo con su madre para cuidarlos a todos.

Así que, como último recurso, decidió hacer un adorno con varias de las flores que crecían naturalmente en los márgenes de la ciénaga. Hizo una corona bastante vistosa y salió con ella a navegar hasta que llegó a la zona de los manglares. Allí arrojó la corona e hizo una pequeña oración, inventada por él: le pidió al dios de la ciénaga que les ayudase y no los dejase morir sin comida ni una vida digna.

Cuando terminó, Araki empezó a remar pero pronto se dio cuenta de que la canoa no avanzaba. Esperanzado, se volteó a mirar que era lo que pasaba y entonces lo vio de nuevo. Ya no estaba saltando ni moviéndose rápido. Estaba allí, dando vueltas alrededor de la corona que se hundía lentamente. Cuando las flores desaparecieron bajo el agua, el pez de color dorado miró a Araki a los ojos, como si estuviese viendo a su alma. Mantuvieron la mirada por un buen rato hasta que el pez se hundió, saltó sobre el bote de Araki y se hundió en el agua.

El niño sonrió, seguro de que lo sucedido era un buen presagio. Y estuvo en lo cierto. De repente, del agua, salieron  cientos y cientos de peces, como si los disparara un cañón del fondo del lago. Casi todos cayeron dentro de la canoa.

Fue así que empezó una nueva época para la gente del lago, que vio como el lugar en el que habían vivido por tanto tiempo de pronto volvió a la vida. Los manglares crecieron en un número, el agua parecía más limpia y miles de peces de alguna manera volvieron a la ciénaga.

Los pescadores preservaron sus costumbres de racionamiento y ahorro y así complacieron al dios de la ciénaga, siempre vigilante de la gente que vivía sobre su cabeza.