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martes, 14 de julio de 2015

Encuentro inesperado

   Había caminado por una hora, más o menos, internándome cada vez más en el bosque, hasta que por fin llegué al punto que el guía me había comentado. Un camino más pequeño y con una pequeña señal ya casi totalmente cubierta por plantas indicaba la presencia de esta vía de acceso. Solo tuve que caminar por algunos minutos más hasta que pude ver las aguas termales. No eran las más conocidas pero decían que mucha gente venía a estas también. Pero no estábamos en vacaciones y precisamente por eso había escogido venir ahora. No había nadie allí así que me dirigí a la zona más alejada de la entrada a este claro del bosque y me senté a un lado del agua con barro que burbujeaba lentamente.

 Hacía unos meses, había tenido un accidente grave. Había estado montando caballo y por razones que n ovale la pena contar ahora, el caballo se asustó y me tiró al piso. Caí y sentí una corriente eléctrica por todo el cuerpo. Me desmayé y desperté unos dos días después en el hospital. Lo primero que hicieron cuando me desperté fue asegurarme de que no había perdido la movilidad de las piernas pero que sí tendría que hacer terapia porque mi espalda había sufrido una conmoción bastante fuerte al dar contra el piso. Estaba aliviado pero también fastidiado porque cada movimiento era dolor y las terapias eran una tortura para mi. Incluso cuando dejé el hospital, era un karma tener que estar con la enfermera en mi casa, sintiendo dolor casi como eso fuera lo que yo estaba buscando.

 Hice toda la terapia que pude y mejoré bastante. Ya podía correr e incluso caminar por ese terreno de colinas, para llegar a un paraje tan desolado en esa época del año. Pero la espalda todavía dolía y la misma enfermera que me había tratado me había recomendado que fuera a una de las muchas aguas termales que existían. Se supone que los minerales y otros componentes ayudan al cuerpo a repararse con mayor eficiencia. Al menos eso es lo que dicen y la verdad es que yo solo quería estar bien y dejar de quejarme cuando hacía el mínimo movimiento. Así que averigüe donde estaban las mejores aguas termales cerca de mí y resultó que eran aquellas del bosque que la gente visitaba para curarse de varios males.

 De pronto era por la hora, después del almuerzo, pero cuando ya estuve desnudo y a punto de entrar al agua, todavía no había nadie en la cercanías. En esta agua termales era obligatorio entrar sin ropa ya que decían que los trajes de baño podían quedarse allí si se caían o si se rompía la tela o algo por el estilo. Yo de eso no sabía nada pero mejor hacía lo que me decían. El agua era liquida pero algo turbia por el barrio. Sin embargo, al tacto, no tenía nada de consistencia de barro. Eso sí, estaba a una temperatura perfecta, como si la Tierra supiera cual es calor que soporta una persona promedio. Sin pensarlo mucho más, entré al agua y al poco tiempo estaba recostado a un lado, cerca de unas rocas, con los ojos cerrados.

 Era hermoso. Sentir el agua caliente y en movimiento por todo mi cuerpo. Además el dolor sí parecía alejarse de mi, como si se tratase de otra prenda de vestir que tenía que quitarme. Instintivamente miré hacía mi mochila, donde estaba toda mi ropa. No había posibilidad de que nadie la cogiera ya que el lugar estaba desierto. Había elegido el mejor momento para venir y decidí disfrutarlo cerrando los ojos y dejando que el guía hiciese lo suyo, moviéndome ligeramente. Decidí ponerme a sacar ideas de mi cabeza, aprovechando el momento de relajación y me encontré a mi mismo creando un pequeño cuento que desde hace varios meses me rondaba la cabeza. Pero en ese momento lo vi completo y no lo podía creer.

 Abrí los ojos y decidí hundir todo mi cuerpo en el agua y untarme algo del barro en la cara y el cuello. Debía ser bueno para la salud. Así que me hice una mascarilla del cuello para arriba y volví a mi posición anterior, cerrando los ojos. Pero no los tuve mucho tiempo así porque una voz interrumpió mis pensamientos. Era otro hombre, como de mi edad, que entraba a la misma termal. En ese momento me sentí un poco enojado ya que había otras en donde meterse y no había razón para sentarse allí conmigo. Pero no dije nada y simplemente cerré los ojos de nuevo, de pronto eso lo dejaría callado. Pero no fue así. Me saludó y me dijo su nombre entero.

Al comienzo no respondí, pero entonces mi cerebro procesó lo que el tipo había dicho y casi me resbalo en el fondo lleno de barro cuando caí en cuenta de quién tenía en frente. Abrí los ojos y lo vi, igual que yo, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado. Por alguna razón había cosas diferentes respecto a él pero tenía que ser la misma persona. Aunque de pronto no era quién yo creía que era. Al fin y al cabo que hay muchas personas con el mismo nombre. Decidí que estaba equivocado y simplemente volví a mi posición anterior, tratando de recordar donde en mi historia fantástica me había quedado. Pero el hombre hizo un comentario del agua y eso me sacó de mis pensamientos. Le respondí que “sí”, aunque no tenía idea de lo que me había preguntado.

Aparentemente la respuesta no había sido la correcta. Lo sentí incorporarse y se disculpó conmigo, diciendo que no había caído en cuenta que no era un lugar para hablar, y menos cuando se venía a pasar un tiempo relajante. Yo le dije que no se preocupara pero él siguió, diciendo que la verdad era que no hablaba mucho con nadie desde que había empezado a tener dolores de espalda agudos. Muchos creían que se los merecía y él mismo dijo que lo más probable es que eso fuese cierto porque él siempre había sido una rata. Por alguna razón, la palabra me llamó la atención y abrí los ojos. De nuevo, me resbalé y casi trago agua.

 Cuando tenía unos diez años, no era el niño más simpático del mundo. Al menos no con otros niños. En casa todo era perfecto, tenía unos padres amorosos y hermanos con los que jugar pero en el colegio las cosas nunca habían ido peor. Hacía poco me había cambiado de colegio y en el nuevo, que era más grande, me sentía más pequeño que nunca. Y al parecer eso se notaba porque los demás me miraban como un bicho raro. Me sentía horrible, como si hubiese hecho algo malo y era algo que aumentaba cada vez que me ignoraban o claramente no querían estar en mi presencia. Fueron años horribles, momentos en los que decían cosas a mis espaldas y otras en mi cara. Había un chico que era especialmente desagradable y no podía creer que ahora lo tenía en frente.

Sí, el extraño parlanchín de las aguas termales era él. Claro que había crecido y todo eso pero sus rasgos eran los mismos. Incluso su cabello casi plateado seguía igual y sus labios delgados que parecían los de un personaje malévolo de alguna serie infantil. Que yo abriera los ojos lo hizo hablar más e incluso quiso estrecharme la mano pero yo no hice nada. No podía moverme de la impresión y lo que menos me interesaba era ofenderlo o no. Era una de las personas que en mi vida me había hecho sentir más miserable y ahora me hablaba como si nada, como si nada nunca hubiese pasado. Y entonces vi mi mano y recordé la mascarilla de barro, que al parecer me estaba protegiendo del pasado.

 El tipo había dicho la verdad cuando me dijo que hablaba con nadie porque habló conmigo como un loro. La verdad es que yo prácticamente no decía nada. Era él el que parloteaba a una velocidad increíble y yo solo pensaba en aquellas palabras odiosas que me había dicho alguna vez. Otra parte del cerebro me decía que él era solo un niño en ese momento y no sabía lo que decía. Pero mi rabia, mi dolor, no podían ser detenido por semejante argumento tan idiota. Lo observé hablando y hablando y entonces pensé que era un regalo más de la naturaleza, traérmelo enfrente, en bandeja de plata. Era mí momento esta vez y lo iba a aprovechar.

 Así que, en mitad de una frase que no estaba escuchando, me acerqué a él y le pegué con un puño y con todas mis fuerzas en la cara. El golpe lo noqueó por un momento. Pensé que iba a pelear, a refutar, a hacer algo. Pero solo se cubrió y empezó a llorar como si tuviera los diez años que yo tenía cuando me torturó a mi. Me lavé el barro del cuerpo y me le acerqué, todavía con rabia. Visiblemente le había dañado el tabique y, aunque no debería, sentía placer de haberlo hecho. Él me miraba con terror pero supe que no sabía quién era yo. Tan solo le dije que eso era por años de tortura y porque necesitaba sacar el odio que había sentido por él por tanto tiempo. Casi podía ver su cerebro funcionar pero no me importó.


 Salí del agua rápidamente y saqué de mi mochila la ropa. No me importó estar mojado. Solo me puse unas sandalias y empecé a caminar hacia la salida. Pero entonces alguien me cogió de un brazo y me di cuenta que era él. Me soltó apenas lo miré con odio y me dijo, sangrando de la nariz, que lo merecía. Que había venido a lavar sus errores pero sabía que nada los quitaría para siempre pero que necesitaba perdón. Yo no sabía que decir, también porque él estaba desnudo diciéndome todo eso. Pero entonces le sonreí y él sonrió y le dije que podía pedirle disculpas a su puta madre. Casi corrí a la salida y por poco me pierdo en el bosque pero cuando llegué a mi auto me sentía mejor, como si me hubiese quitado un edificio de encima. 

lunes, 11 de mayo de 2015

Escala

   Odié que me despertarán pero la azafata lo hizo con todo el cuidado que pudo, diciendo en voz baja que estábamos a punto de aterrizar. Yo solo le sonreí y asentí varias veces pero sin comprender en verdad lo que me había dicho. Al fin y al cabo, era la primera vez en días que dormía profundamente, sin sueños y sintiéndome descansado. Se sentía muy rico pero lamentablemente los buenos momentos no duran para siempre.

 Todavía tenía el cinturón de seguridad puesto y vi, por el trabajo de los demás asistentes de vuelo, que había repartido un refrigerio mientras yo dormía. Era una lástima pues mi estomago gruñó apenas vi como se llevaban la basura de las bandejas de otras personas. Miré por la ventana para distraerme y pude ver el mar y el desierto, como si estuviesen luchando por la posesión de ese fragmento de la tierra. Se veía hermoso. La vista no duró mucho y todo se convirtió pronto en desierto. Era estéril pero con varios tonos del mismo color. Después, vino una ciudad que se extendía por varios kilómetros sobre la costa, con edificios altos y brillantes. El avión dio un giro sorprendente sobre el mar, que dejó ver los vehículos yendo y viniendo y otros detalles de la ciudad, antes de finalmente aterrizar.

 Mientras el avión carreteaba, saqué de mi mochila el itinerario que tenía por delante. Lamentablemente, esta ciudad de altos edificios y contrastes naturales, no era mi hogar. Mi hogar verdadero quedaba a miles de kilómetros de allí, más precisamente a dos vuelos más de distancia. Tan solo pensarlo me hacía sentir el peso de mi cansancio. Y fue peor aún cuando vi que tenía que quedarme en el aeropuerto por ocho horas. En ese momento maldije a mi mejor amiga, quién era agente de viajes y me había asegurado el mejor itinerario posible. Claro…

 Apenas salí del avión, y habiendo revisado que tuviera todo conmigo, decidí dirigirme a un mostrador de información. Afortunadamente viajaba con la misma aerolínea en los demás tramos pero quería asegurarme que no había nada que tuviese que hacer. No quería tener que preocuparme más de lo debido. Además no conocía el lugar y, según los carteles, habían cuatro terminales y cada una parecía ser enorme.

 Había fila en el puesto de información pero al fin y al cabo no era importante pues yo tenía todo el tiempo del mundo para estar allí. Sin embargo la fila pasó rápidamente y una joven mujer cubierta con velo y unos ojos grandes y brillantes me sonrió. Me confirmó que mi maleta seguía el trayecto sola y que no debía hacer nada al respecto. Me dio un mapa del aeropuerto y me dijo como dirigirme al terminal dos, desde donde salía mi siguiente vuelo, desde la terminal cuatro que era donde estábamos ahora. Le agradecí pero justo cuando me fui a retirar recordé que le quería preguntar algo más: donde había restaurantes porque mi estomago seguía gruñendo como loco.

 Minutos después, estaba sobre una de esas esteras rodantes. Normalmente me volvían loco semejantes aparatos que eran fácilmente reemplazados por una buenas piernas humanas, pero en esta ocasión me tomé todo el tiempo del mundo para cruzar la terminal y observar a la gente. Muchos parecían ser de la región, con la ropa típica y con los rasgos característicos. Hay que decirlo: había muchas mujeres hermosas y hombres estoicamente guapos. Se podían diferenciar con facilidad de los turistas ya que estos usaban siempre la misma vestimenta: pantalón corto color caqui, camisa polo y tenis, blancos lo más posible. Había otro que lo hacían más fácil colgándose la cámara por el cuello.
Afortunadamente yo no me veía así. Y, bueno, en todo caso yo no era un turista entonces no tenía porque verme como uno.

 Después de varias esteras eléctricas más y de ver más gente por todos lados, llegué a la zona de restaurantes que era sin duda más amplia que la de cualquier centro comercial que hubiese visitado nunca. Había todo tipo de opciones de comida y era evidente que no solo a mi me daba un hambre feroz el volar por todos lados. Familias y personas solas y hombres de negocios comían todo tipo de cosas por todos lados. Me pasee con mi mochila a la espalda un buen rato hasta que me decidí por un lugar de hamburguesas. Esto fue en parte a que era algo simple que estaba listo rápidamente y también porque las imágenes se veían deliciosas. Era tonto confiar en la publicidad pero yo tenía hambre y no había tiempo para tener una reflexión moral.

 En efecto, cuando ya estuve sentado con mi comida en frente, no era exactamente lo mismo a la foto pero se veía enorme y delicioso y eso era suficiente para mí. Le di un buen primer mordisco y fue como si me inyectaran la mejor de las drogas en existencia. Ese calor que solo da la comida me llenó cada rincón del cuerpo y me hizo sentir listo, al menos por unos minutos, para enfrentar el resto de mi viaje.

 Mientras comía el resto, saqué mi celular y empecé a hojear las noticias y mis redes sociales. No había mucho que ver para había tanta gente a mi alrededor que no podía seguir mirándolos sin parecer un maniático. En el aparato también tenía mi itinerario y pude ver que ya había quemado las dos primeras horas de las ocho que debía quedarme. Pasé otro pedazo de hamburguesa y el resto traté de comerlo con calma, para hacer pasar más tiempo. De hecho, no fue necesario. Tenía tanta hambre que decidí pedir otra más pequeña para complementar mi hambre y así quemé toda una hora. Al final, me sentía como una de esas morsas que salen en los documentales.

 Ahora sí que tenía sentido ponerme a caminar. Los restaurantes estaban en la terminal tres así que la exploré por completo antes de ir a la siguiente, donde estaba la sala de espera de mi vuelo. La verdad era que no había mucho que ver aparte de muchas más personas y tiendas libres de impuestos. Yo no tenía dinero porque ya había comprado recuerdos y regalos tontos pero las vendedoras se mostraron muy insistentes en venderme un perfume con la cara de un actor famoso. Estuve varios minutos tratando de explicar que no quería comprarlo, que no tenía como, hasta que con claridad y en inglés, les dije que no tenía un centavo. Creo que lo entendieron muy bien porque al instante dejaron de acosarme y fueron a buscar una nueva víctima.

 Cuando ya hube paseado por todo lado, fui al baño porque el liquido que había comprado con mi hamburguesa ya había hecho efecto. Los baños eran increíblemente limpios y no había mucha gente. No solo oriné, sino aproveché para refrescarme la cara y para verificar que no olía a cabra vieja. Me di cuenta que no olía a rosas precisamente pero no tenía como oler mejor hasta que recordé que las mujeres de las tiendas, las acosadoras, me habían dado varios papelitos con el olor del perfume. Cuidando que nadie me viera hacerlo, me pasé los palitos por las axilas y quedé oliendo a perfume caro por el resto del día.

 Después de más esteras y de un par de escaleras eléctricas, llegué a la terminal dos. Allí también me pasee por las tiendas, aproveché una estación de recarga del celular y me quedé mirando de nuevo a la gente que estaba allí. Mi puerta no era lejos y planeaba quedarme hasta que llamaran, para así tener mi portátil cargado para ver alguna película en el avión. Las que habían ofrecido antes no me interesaban y en parte por eso había dormido. Rara vez yo tomaba tan buenas elecciones.

 Casi se me cae el celular al piso cuando vi una de las otras elecciones, de las malas, acercarse desde las sillas de la sala de espera que estaba en frente. Me saludó con la mano y yo hice lo mismo. No hay nada más incomodo que un encuentro de este estilo, sin aviso y sin anestesia de ningún tipo. Me di la vuelta como para evitarlo todo pero, después de una hora de recarga del celular, me di cuenta de que eso no iba a ser del todo posible. Resultaba que mi pasado estaba en el mismo vuelo y, por lo que conocía y recordaba, era probable que terminara en la misma sección que yo en el avión.

 Había quemado casi todo el tiempo dando vueltas pero la última hora fue la peor. Desde donde estaba sentado, algo así como un bar pero con vista a un muro y sin el licor que necesitaba en ese momento, se podía ver su cara entre las de tantos otros viajeros. Porque será que esas cosas pasan? Porque cuando estamos con menos defensas, menos dispuestos a pelear por nuestra dignidad, pasan cosas así?


 De nuevo cruzamos miradas pero esta vez no hubo sonrisas ni saludos. Fue como si nos viéramos como éramos antes y eso me daba más susto que cualquier otra cosa. Finalmente llamaron al vuelo y se hicieron varias filas largas para abordar el avión. Una vez estuve dentro pude confirmar que no estaba lejos pero preferí no pensar en ello. Mejor… Lo mejor era dormir de nuevo y no pensar en nada. Los recuerdos querían entran pero no lo iban a tener tan fácil. Al fin y al cabo que tenía otra escala más adelante y no quería llegar sin cordura a mi hogar, al lugar donde me sentía a salvo del pasado.

sábado, 9 de mayo de 2015

Encuentro con el pasado

   Fingí estar dormido pero la verdad era que no lo estaba, que lo miraba mientras se alistaba para irse de mi casa, tal vez para nunca volver. Al fin y al cabo que ni siquiera teníamos amigos en común y lo único que nos conectaba de alguna manera era el colegio al que habíamos ido. Esa fue la primera razón para encontrarnos, para vernos frente a frente y decir lo que teníamos que decir. Había sido un encuentro bastante particular, francamente extraño al comienzo pero después lo había sido menos. Al final de la noche, no éramos amigos ni nada parecido pero nos llevábamos mucho mejor de lo que nunca nos habíamos llevado en el colegio.

 En ese entonces, hacía diez años o más, éramos polo opuestos: yo era más bien tímido y me dedicaba a estudiar y, francamente, a tratar de que el tiempo pasara lo más rápido posible. Mentiría si no dijera que fue la peor época de mi vida y que, incluso después de verlo de nuevo después de tanto tiempo, no sigo deseando que el tiempo entonces hubieses pasado más rápido. A diferencia de hoy en día, entonces no tenía amigos sino conocidos y no sabía que estaba de moda o que era lo que se supone debería interesarme.

 Él, en cambio, sí lo sabía muy bien. Para él, la vida era totalmente distinta. Para empezar, era un niño rico. Así de simple. Había nacido en el seno de una familia con mucho dinero y nunca había tenido que preocuparse por nada. No es que yo fuera pobre o algo parecido pero no había tenido la vida de él, viajando al menos seis mil kilómetros todas las vacaciones, con cuanto juguete o aparato nuevo a su alcance y todo lo mejor que pudiese alguien tener. Incluso a los dieciséis, ya tenía su propio automóvil.

 En el colegio era de aquellos que hacía deporte. Era conocido por ser uno de los mejores jugadores de futbol del equipo del colegio y gracias a él habían ganado varios trofeos a lo largo de los años, desde que era pequeño. Yo de todo esto solo me enteré después del colegio, un día que me puse a mirar el anuario, cosa que había preferido no hacer hasta un día de lluvia en el que estaba aburrido y me puse a hojear lo que hubiera por ahí.

 En el último año, consiguió una novia y todo el mundo tuvo que ver porque eran de los mejor vestidos en el baile de graduación. Ella era, sin duda, una de las chicas más hermosas del colegio y no había sorprendido a nadie que los dos terminaran juntos. A los ojos de los estudiantes, eran uno para el otro: los dos eran ricos, físicamente atractivos y fluían por los mismos círculos sociales. De nuevo, todo eso lo vine a saber después por conversaciones con gente del colegio y de la misma boca de él. Fue él mismo que me contó lo del baile de graduación porque yo no había estado allí, prefiriendo quedarme en casa que bailando con gente que no quería volver a ver en mi vida.

En fin, el caso es que cada uno de todos los estudiantes hicimos nuestras vidas después, como es lo natural. Yo no mantuve el contacto con nadie. Había gente que me escribía por redes sociales y hablábamos ocasionalmente pero yo siempre sabía muy bien como sacar el cuerpo a cualquier intento de reunirnos para algo, de vernos o incluso propuestas tan locas para mi como volver al colegio para ver como estaba o para comprar algún recuerdo en la tienda donde vendían los uniformes y demás. Yo prefería hacer muchas cosas que eso y de hecho así fue tiempo después cuando me fui del país para estudiar.

 En la universidad y en ese viaje hice varios amigos. Esta vez sí eran amigos y no solo conocido con los que hablaba en tiempos libres. Eran gente con la que podía conversar de todo un poco, desde política hasta chistes grotescos. Además, yo ya no era el mismo que había estado en el colegio casi escondido todo el tiempo detrás de un libro, tratando y pidiéndole a quien estuviese escuchando que acelerara el tiempo para que mi vida cambiara pronto.

 Me convertí en alguien más seguro, más lanzado a la vida y con más confianza en lo que hacía. Incluso muchas personas pensaban que a veces me pasaba al ser demasiado vocal con lo que pensaba ya que nunca dejaba nada sin decir. Después de muchas cosas, decidí tener una política de brutal honestidad que solo vuelvo flexible con gente que me importa y no quiero herir con mi boca. No quiero decir que no sea honesto con ellos pero lo hago con más cariño. Los demás, no me interesan.

 El caso es que un buen día estando en mi casa, en boxers comiendo cereal y viendo dibujos animados, me llegó a una red social un mensaje de un grupo de personas del colegio que buscaban que nos reuniéramos para conmemorar los diez años de la graduación. Por supuesto, yo no iba a asistir así me pagaran. Primero, no estaba en el mismo país y segundo, así hubieses estado, podía pensar en varias cosas más divertidas para hacer que eso. Así que ignoré el mensaje pero nunca lo borré por completo.

 A los pocos días, recibí un nuevo mensaje. La verdad no es que me lleguen muchos así que me pareció inusual. Cuando lo abrí, me di cuenta que no era del grupo del colegio sino de un solo individuo, el famoso jugador de futbol y rompecorazones que había ido con la hermosa chica al baile de graduación. En el mensaje solo decía “Hola”, algo muy parco y estéril como para saber que significaba. Pero me di cuenta de algo con rapidez y es que, abajo del nombre del autor del mensaje, normalmente salía su ubicación actual. Y por cosas de la vida, parecía que el jugador estrella del colegio estaba en la misma ciudad en la que yo vivía por entonces.

 La verdad es que me reí solo y entendí porque el “Hola”. Seguramente no conocía a nadie por allí y me había visto en el mensaje de la gente del colegio y había pensado “Podría ser peor” y me había contactado. Como yo no tenía mucho que hacer, le seguí la cuerda y empezamos a hablar por el computador. La conversación se extendió por varias horas, con decir que empezamos a las cuatro de la tarde y terminamos a la una de la mañana, con pausas por supuesto.

 El tipo sí parecía recién llegado y me propuso vernos para tomar algo que y que le contara de mi experiencia allí. Yo ya trabajaba pero él quería saber como era la vida de estudiante y que “tips” y claves le podía dar para el día a día. Fue un poco extraño pero al día siguiente, un domingo, nos vimos en un parque y nos saludamos como lo que éramos, dos completos extraños. Después de ese momento inicial de incomodidad obvia, caminamos por largo rato hablando de la ciudad y porque vivíamos allí. De hecho en el computador habíamos hablado de lo mismo pero no parecía nada más de que hablar.

 Eso fue hasta que llegamos a un bar y empezamos a beber. Entonces él se soltó y empezó a contar de cómo había terminado con la chica del colegio a los pocos días de la graduación, como había sido una tortura para él estudiar lo que su padre le había impuesta por el negocio familiar y como había hecho para separarse de eso e irse del país a aprender lo que en verdad le apasionaba. Quería ser piloto y al parece había una escuela muy buena en la ciudad. Yo le conté de lo mío y el escuchó con calma y atención, más de la necesaria cosa que me incomodó pero lo ignoré.

 Entonces, por alguna extraña razón (que después entendería), me preguntó si tenía a alguien en mi vida. Le conté entonces que me gustaban los chicos y que no tenía pareja en el momento. Me preguntó si ya lo sabía cuando estábamos en el colegio y le dije que sí y que esa había sido otra de las razones por las que odiaba recordar toda esa época. Entonces él respondió que lo mismo le sucedía a él. Pero antes de que yo pudiese preguntar a que se refería, el camarero nos trajo otra ronda y pronto olvidé el tema.

 Cuando salimos del sitio, ya de madrugada, pensé que él se iría por su lado y yo por el mío pero me dijo que hiciésemos algo porque no quería llegar a su casa. La persona con la que vivía no le gustaba cuando él llegaba tarde y prefería demorarse más tiempo. No pregunté nada al respecto y en cambio le dije que en mi casa tenía algunas cervezas y que podríamos quemar tiempo allí. Estábamos cerca y en todo caso solo decíamos estupideces de borrachos en todo el camino. Cuando abrí la puerta de donde vivía, se me quitó de pronto la borrachera y todo porque él se me lanzó encima y me empezó a besar.

 La verdad es que la escena debió ser cómica, incluso algo grotesca, pero así fue. Se me lanzó y parecía como un pulpo atacando a otro animal. Logré calmarlo y se me ocurrió preguntarle que le pasaba pero se me olvidó cuando por fin me dio un beso bien dado. De alguna manera llegamos a mi cuarto y pueden imaginar lo que pasó allí.


 Y como les contaba al comienzo, lo vi vestirse fingiendo estar dormido. Pensé que no lo volvería a ver, siendo un encuentro tan particular, tan extraño. Pero entonces, antes de irse, me dio un beso en la mejilla y me susurró al oído “Me gustas”, antes de salir del lugar. Innecesario decir que dormí toda esa mañana con una gran sonrisa en la cara.

viernes, 6 de febrero de 2015

Alto en el valle

   Desde la punta de la montaña se podía ver todo el valle, que era largo y estrecho, con el pequeño riachuelo que corría por la parte más baja brillando bajo el sol. María tomó un sorbo de su botella de agua, que gracias a estar en un termo estaba fría, a diferencia del día. Los rayos de luz calentaban todo alrededor. Tanto que la joven tuvo que sentarse en un plástico que había traído en su mochila.

 Había decidido ir a escalar para apreciar mejor este lugar, que era el que había escogido para pasar unas vacaciones alejadas del ruido de la ciudad y de la gente que solo vivía para molestar. Aquí no había ni gente fastidiosa, ni smog, ni el asqueroso ruido de los automotores. Solo se escuchaban los alegres trinos de las aves y el viento que parecía estar cansado porque soplaba a ratos.

 María se hubiera quedado allí sentada toda la tarde si no hubiera sido por el siguiente sonido que escuchó. Era sin duda de un animal pero no podía ver bien por el sol. Había pocos árboles a su alrededor y nada de matorrales. De todas maneras se puso de pie rápidamente, por si el sonido era el de una serpiente. Pero de pronto lo escuchó mejor y se dio cuenta de que era un ave la que hacía el ruido. Miró hacia el cielo, haciéndose sombra con una mano y, después de un rato, por fin lo vio.

 Arriba, casi encima de María, volaba una enorme ave de color pardo con un pico que parecía bastante atemorizante. La chica tomó los binoculares y miró hacia el ave. En efecto era ella que hacía los ruidos. Flotaba suavemente sobre el viento y no aleteaba sino para impulsarse un poco más. De pronto, el ave se dirigió hacia abajo, casi en picada. María pensó que se dirigía hacia ella, lo que la asustó un poco pero resultaba que se dirigía a un punto más abajo y más hacia su derecha, colina abajo.

 Allí sí había muchos árboles altos y el ave se perdió entre ellos mientras descendía. María no lo vio más y de pronto pensó que podían haber sido cazadores, cazando deportivamente o algo por el estilo. Metió a la mochila todo lo que había sacado y se puso de pie. Lo mejor era ir a ver como estaba el animal y si requería ayuda. Además, podría reclamarle al cazador por disparar a una criatura que seguramente estaba protegida.

 María descendió por la montaña lo más rápido que pudo pero no era muy fácil. Había una sección que parecía haber sido víctima de derrumbes frecuentes y estaba completamente cubierta de piedras de todos los tamaños.﷽﷽﷽﷽﷽﷽do victima de derrumbes frecuentes y estaba completamente cubierta de piedras de todos los tamatrinos de las aves ños. La mujer pisó con cuidado cada una de las rocas, tratando de evitar una caída dolorosa. Pero justo cuando iba a llegar a un terreno más amable, la piedra donde estaba apoyando uno de sus pies se movió y ella cayó para atrás, quedando sentada sobre las piedras.

 Todo el cuerpo le dolía pero sobretodo el coxis y toda la zona posterior de su cuerpo, desde la espalda a los muslos. Su mochila no había ayudado mucho a amortiguar la caída y ahora estaba allí, como una tortuga que han volteado al revés. María se quitó, como pudo, la mochila y sacó la botella de agua. Tomó un poco y, luego de guardarla, trato de ponerse de pie pero se dio cuenta de que no podía. Le dolía mucho hacer fuerza contra las piedras, que parecían moverse hasta con el más pequeño movimiento.

 De repente, oyó pasos y recordó al cazador tras el que había ido. Pero de los árboles cercanos no se acercó un cazador sino un hombre de unos sesenta años con el ave que ella había visto en el hombro, como el loro de un pirata. El ave la miraba igual que el hombre, perplejos de verla allí en una posición tan extraña. Sin decir nada, el hombre se acercó y le estiró una mano a María. Pero ella le dijo que no podía levantarse. El hombre no respondió sino que insistió en ayudar a María. El hombre le tomó un brazo, lo puso sobre su espalda y, como pudo, alzó del suelo empedrado a María.

 Antes de llegar a los primeros árboles, el hombre se sacó un silbato de debajo de la camiseta, que tenía colgado alrededor del cuello. Lo sopló un par de veces pero no emitió sonido alguna. Antes de que María pudiera preguntar para que era el silbato, un perro gran danés se acercó a ellos por entre los árboles. El perro era enorme y tenía las orejas bien erguidas, como si estuviera amaestrado para oír todo sonido en el bosque. Pero el perro no venía solo, tenía un palo largo en el hocico.

 El hombre lo recibió y lo pudo en una de las manos de María para que pudiese caminar con normalidad o al menos por si sola. Como pudieron, lentamente y teniendo cuidado con las ramas y las raíces. Atravesaron el enorme bosque hasta llegar a un claro en el que había una pequeña casa, de las que eran típicas a lo largo y ancho del valle. El hombre se adelantó, abrió la puerta y ayudó a María a entrar.

 Ya el hombre dirigió a María ha una silla que parecía ser de madera solida. Dolió un poco al sentarse pero era mejor que un sillón demasiado mullido. El perro enorme se le acercó y se le sentó al lado, poniendo su cabeza sobre uno de sus muslos. María lo acarició aunque todavía la aquejaba el dolor. El hombre salió y entonces la joven oyó el batir de unas alas y el particular chillido del águila que, al parecer, era compañera del dueño de la casa.

 Mientras tanto y para no pensar tanto en su dolor, María miró a su alrededor: el lugar era pequeño pero acogedor. Por las paredes habían varias fotos, todas con el hombre del águila como protagonista. En algunas salía también el perro que María tenía al lado y que parecía disfrutar con sus caricias. No había muchos objetos decorativos además de las fotos. De hecho, no parecía que nadie viviera allí aparte del hombre y el perro. Se notaba que no había una mujer que viviera allí. María hubiera reconocido el toque femenino.

 El hombre entró entonces y, por primera vez, le sonrió. Aunque le faltaban algunos dientes, era una sonrisa amable y dulce, lo que hizo que los temores que María todavía tenía se desvanecieran con facilidad. Le preguntó entonces si podría llamar a algún servicios de emergencias para ayudarla a lo que el hombre respondió asintiendo y señalando el cielo que se veía a través de las ventanas. María automáticamente miró afuera: el sol brillaba como nunca. Que quería decir?

 María entonces se dio cuenta y, con señas y palabras, le preguntó al hombre si no podía hablar. El hombre asintió, apuntando con un dedo a su garganta. Pareció ponerse triste por un momento pero entonces recordó algo y enfiló rápidamente hacia la nevera. Un ligero viento entró por la puerta, que había dejado abierta el hombre. Esta brisa alivió un poco a María, que intentó moverse pero una punzada fuerte le quitó el aire de los pulmones, como si le hubieran clavado algo en la base de la espalda.

 El hombre se dio cuenta y le dio, apresuradamente, lo que había ido a buscar a la nevera: de una jarra de vidrio había servido dos vasos llenos de limonada helada. María le sonrió y, tratando de ignorar el dolor, tomó el liquido despacio. Se dio cuenta que estaba delicioso y se tomó todo el vaso de una sola sentada. El hombre le sonrió, a la vez que el tomaba un pequeño sorbo del suyo. La orejas del perro entonces se erigieron de nuevo y el animal salió corriendo. María miró al hombre que hacía mímica, como si tocara una trompeta. Y luego señalaba al perro.

-       Se llama Trompeta?

 El hombre asintió. Justo entonces entró de nuevo el animal pero no estaba solo. Con él venían un hombre y una mujer que vestían chaquetas con el logo de la Cruz Roja. Era médicos y empezaron a hablar con el hombre, agradeciéndole por avisarles del accidente. Uno de los dos médicos tenía al águila en el hombro que saltó a una silla cercana donde empezó a afilarse el pico.


 Los paramédicos revisaron a María y, con cuidado, la dirigieron hacia fuera donde tenían un camilla con la que la bajaron al pueblo, que no estaba lejos. No volvió a ver al hombre de la montaña y se lamentó no haber podido despedirse de él con propiedad. Por la caída tuvo que volver a su vida en la ciudad donde, cada vez que veía un ave en el cielo, recordaba su corta aventura en el valle.